¿A qué sabe el amor?

¿Qué necesitas recibir para sentirte amado? ¿Y cómo demuestras tu amor hacia los demás?

En su libro “Los 5 lenguajes del amor”, Gary Chapman pone un poco de luz sobre este asunto. Según él, las personas tenemos distintas formas de expresar lo que sentimos; y si desconocemos el idioma de los demás en cuestiones de amor, fácilmente podemos sentirnos frustrados en nuestras relaciones.

Para evitarlo, propone tomar conciencia sobre qué necesita cada uno para sentirse amado. Al conocer los respectivos lenguajes, será más fácil dar y recibir amor.

En el primer lenguaje, las personas muestran su amor con palabras de afirmación: elogios, palabras bonitas, desvelan sus sentimientos…

Otras personas expresan su amor llenándote de regalos: detalles, notitas, sorpresas…

Hay quién, cuándo te ama, te dedica tiempo de calidad: momentos de intimidad, ratos para pasar contigo sin distracciones, guardarte siempre un hueco en su agenda por apretada que esté.

También existen las personas que abrazan, besan, tocan… En definitiva, que muestran su amor a través del contacto físico.

Y por último, están los actos de servicio. Son las personas prácticas que intentan facilitar la vida con gestiones, favores y demás acciones que aporten valor al receptor.

No son excluyentes. Puedes hablar varios de estos lenguajes. Y desconozco cómo decidimos cuál es el nuestro. Pero sin duda, hereditarios no son.

Me he pasado los últimos años abrazando y susurrando al oído un “te quiero, mamá” muchas de las veces que la veo.

Y recibo lo que ya sé: “Yo no te lo digo pero ya sabes que también, porque te lo demuestro”.

Sí. El lenguaje de mi madre son los actos de servicio y le he obligado a demostrarlo con creces a lo largo de mi niñez. No le podía haber tocado hija más delicada. Todo me irritaba; todo me sentaba mal. Mi santo culo no ha tolerado pañal que no fuera de algodón y, seguramente, a lo largo de los años habré sufrido la mitad de las intolerancias alimentarias existentes.

Entre muchas, las muestras de amor de mi madre eran sus bollitos de chocolate.

Mi delicadeza estomacal me impedía comer pastelitos, donettes, bollycaos y todas esas mierdas que ahora seguro que no, pero antes llenaban CADA mochila infantil.

Para compensar,  mi madre hacía bollicaos para la fiesta de mi cumpleaños.


Y cuando digo hacer bollycaos, me refiero a dedicar tres horas del día anterior a elaborar la masa de los bollitos con el correspondiente chorro de chocolate en su interior sin que se viera por fuera. Porque aquí la menda lo que quería era un bollicao. Y si el chocolate quedaba evidente a la vista antes de morder sería otra cosa, pero un bollicao, no.

Cuando al terminar la fiesta mi madre me preguntaba: “¿Qué tal los bollycaos?” Mi respuesta era: “Bien, pero no tenían cromo”.

Esta respuesta abarca la relevancia de conocer o no los diferentes lenguajes del amor de tus seres queridos.

Mi yo de 6 años no tenía ni idea de las tantísimas formas de amar.

Mi yo actual ya lo ha aprendido.

Desde entonces, siempre que paseo por Gràcia voy a comprar este bollito con virutas de chocolate. El amor de mi madre sabe igual.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *