
En el año 1989, el Dr William Walkins de la Institución Oceanográfica Woods Hole registró el canto de una ballena algo peculiar. Mientras que el rango de sonido de este animal oscila entre los 15 y los 25 hz, la frecuencia detectada se situaba en los 52 hz.
52 hz es uno de los tonos más bajos que puede emitir una tuba. Imperceptible para el oído humano y, a la vez, extremadamente elevado para las ballenas. Tanto, que ninguna de ellas lo puede escuchar.
La ballena 52 o “whalien 52” cantaba y cantaba. Y, aunque su voz es capaz de alcanzar los 11.000km de distancia, nunca recibía respuesta.
Con su historia, nació el mito de la “ballena solitaria” para poner nombre a un drama social. La soledad. El animal más grande del mundo, vagando por las profundidades oceánicas. Incomprendido. Buscando una compañía que nunca encontrará.
Nunca nadie ha llegado a vislumbrar tal animal. Algunos dicen que debe ser un macho porque es quien emite el sonido del apareamiento. Otros, que es una ballena azul con alguna malformación. Que puede ser sorda y por eso no ha aprendido a emitir el sonido adecuado. Incluso hay quien afirma que se trata de un animal híbrido.
Sea como fuere, su historia ha consolado a muchos corazones que han visto reflejado su pesar. Un ser en busca de un amor imposible, destinado a una vida solitaria por ser diferente.
Whalien 52 ha sido el motivo de muchas expediciones. “¿Por qué sigue rutas distintas? ¿Será el único ejemplar de una especie extinguida?” También de canciones, de libros y poemas.
Y yo me pregunto: ¿Estamos empatizando o proyectando?
El otro día, escuché una interesante reflexión de la psicóloga Alicia Gonzalez.
Cuando el comportamiento de alguien nos duele, en vez de marcar límites y decir “uy, no, esto que me haces no me gusta y por aquí no paso”, nos centramos en el otro. “¿Por qué me trata tan mal? ¿Qué experiencias habrá vivido para actuar así? ¿Qué miedos tendrá? ¿Qué puedo hacer para que me trate mejor?”
En definitiva, apagamos el corazón para encender la mente. Activamos el pensar para callar el sentir. Nos disociamos para no sufrir. Y en el proceso, nos abandonamos. Porque el cerebro no soporta los huecos y hará lo necesario para llenarlos.
Todavía nadie ha visto a Whalien 52.
Pero en California, en el año 2010 se registraron frecuencias muy similares y demasiado distantes entre ellas para ser de la misma ballena.
Han podido demostrar que la ballena solitaria no está sola.
Ahora que nuestro cerebro ha solucionado esta historia, puede que vaya siendo hora de reconectar con nuestro sentir para ver qué hacemos con esta soledad que tenemos dentro. Individual y colectiva.