Cierro los ojos e intento viajar en el tiempo, pero nada huele igual.
Estoy desayunando en El Cafè del Born como hice infinitas veces en mi época universitaria. Pero poco queda de ese café. Mismo lugar, mismo nombre. Todavía conserva esas grandes puertas de entrada con su logo grabado. Pero aquél discreto color madera ha sido relegado por un llamativo azul marino.
El brunch, los smoothies y las tostadas de aguacate han robado el sitio en la carta a los bocadillos de fuet.
Da igual. Ya no como fuet. De la misma manera que ya no tomo leche. Aquí, mi desayuno ya no es mi desayuno. Yo ya no soy yo. Mi cara alberga algunas arrugas de más y mi paciencia aguanta bastantes tonterías de menos. La vida.
Estoy sentada en la mesa de siempre. Nuestra mesa. Pero que ya no lo es.
Café, barrio y yo. Somos los mismos pero sin serlo. Diferentes.
El Born. Uno de los barrios que más me gustan de esta preciosa ciudad. Y tan diferente a cuando lo conocí. En él pasé 4 años de mi vida. Conocí realmente Barcelona a partir de aquí. Este era el campo base. Su olor mañanero. Su gente. Sus calles hondas, estrechas y oscuras. Sus rayos de sol que conseguían colarse los mediodías por algún balcón. Sus zonas «a partir de las 22h por aquí no voy…».
Era imposible engordar pasando tus días aquí. De verdad. No existían opciones. Todos estos locales de helados, crêppes, pizzas al corte y esos gofres con un aroma dulzón casi insoportable eran ocupados por colmados, tiendas de pescado seco y aceitunas, zapateros, herbolarios… Sí. Estaba el Señor Parellada, pero no era para la gente de aquí.
Continúo enamorada del Born. Aunque esté lleno de turistas y sus calles ocupadas por muchas tiendas sin alma. Aunque tengas que mirar a fondo para ver su autenticidad. Los locales bonitos pueden conmigo y aquí, ahora, hay muchos. Pero lo que de verdad me toca el alma son los recuerdos, y estas calles están impregnados de ellos.
Cuando tengo morriña me acerco al barrio para perderme entre sus calles. Toco sus paredes y a veces puedo volver a sentir su esencia.
Pero nada huele igual.
