La persiana de mi habitación está rota. Se me rompió hace casi año y medio. No se baja, pero no me importa. Me gusta dormir con luz, seguramente por eso continúa así, sin arreglar. Pocas veces se arreglan las cosas si no se tiene prisa por tenerlas bien. ¿Para qué?
Es curioso como se borran los recuerdos cuando no nos interesan. Podríamos pensar que es por supervivencia, pero a veces sería más fácil sobrevivir guardando bien fresco ese recuerdo. Son esos juegos de nuestra mente que me tienen siempre fascinada.
Una lluviosa tarde de domingo de mediados de marzo se juntaron dos almas rotas en esa misma habitación. Con tristeza me pregunté como se podrían arreglar. Y poco tiempo después, con alegría, aparté ese recuerdo en el último cajón de mi memoria porque creía que ya no importaba.
Hace poco y sin previo aviso se me rompió la ilusión en mil pedazos. No me lo esperaba porque no tenía grietas, o eso pensaba yo. Quedaron todos los trozos desparramados por el suelo y me encontraron con pocas ganas de recogerlos. Y de todos los rincones (diría de la Nada, pero no… las amistades salen del Todo, no de la Nada) salieron muchos tesoros que, con cervezas (muchas), copas de vino, sushi, risas, paellas, millones de mensajes y llamadas eternas, cafés, chocolate, cenas a domicilio y amor infinito, cogieron cada uno de esos trozos y los fueron juntando hasta que no quedó ni un sólo hueco sin llenar.
He sido muy cansina y me he puesto muy pesada, e incluso así, todos estos tesoros me han llenado de amor, alegría y luz, y aunque se lo he agradecido a cada uno, quería hacer este escrito porque, gracias a todos y cada uno de ellos, ya se como se curan las almas rotas.
Ahora solo falta que me decida a arreglar la persiana.