Déficit de cuquismo

Aunque escribo esto vistiendo un precioso jersey mostaza, tengo una (a veces) preocupante obsesión por el color rosa. Desde el melocotón hasta el malva, acepto cualquier tonalidad.
Yo lo achaco a un déficit de «cuquismo» sufrido durante mi infancia que ahora brota en forma de jerséis, camisetas y pañuelos rosa por doquier. No lo puedo evitar, mi mano frustra en el último momento cualquier intento de elegir otra tonalidad.

Se podría atribuir a algún trauma infantil. Lo corroboro. De pequeña se me negó el rosa. Y no solo eso, sino que no se me asigno ningún otro color.

Me explico: El nombre de mi hermana pequeña, Rosa, le dio derecho de por vida al uso y disfrute de ese color y, consecuentemente, me lo negó a mí. Cualquier objeto o prenda de ropa que teníamos igual, era diferenciada por el color. Ella, el rosa. Yo, el otro. Unas veces verde, otras azul, con suerte lila.

La única oportunidad que tenía de estar en contacto directo con mi tan ansiado color era en carnaval. ¡Con un disfraz de princesa!

-Mamá, quiero disfrazarme de princesa.

-¿¡De princesa?! Qué aburrido…y ¿por qué?

-Para llevar un vestido rosa.

-Todas las niñas irán igual… ¿no te apetece más ir de prado verde?

Con 5 años me disfracé de un prado lleno de flores . El vestido era espectacular gracias a la creatividad de mi madre y a las manos de mi abuela modista. Pero era verde. Un tul verde muy oscuro y cromáticamente a años luz de mi amado rosa palo.
Era tan pequeña que no conceptualizaba de qué iba disfrazada. Ni lo sabía decir. Solo conocía las instrucciones que tenía para sentarme. «Vuelta rápida y siéntate en seguida… que te quede toda la falda esparcida por el suelo». No quiero ni imaginar de qué color terminaron mis bragas.

Al percibir bastante claramente la negativa de mi madre para coronarme, el año siguiente lo intenté con una petición de hada madrina que terminó siendo un disfraz de Noche. Azul marino.


Tampoco lo conseguí con el disfraz de dama antigua, que acabó en una zíngara con tonalidades granates. Esta vez también me fue imposible recordar el nombre, pero llevé el nenuco y una cesta de mimbre a cuestas todo el día. Ese año salí perdiendo de calle.

Al final me rebelé. «¡Es que mamá, yo quiero ir de rosa y tu no me dejas!»

Y, por fin, lo conseguí… Bueno, en parte. Porque no era un vestido… Era la Pantera Rosa.

No siempre se puede tener todo…

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *