
El otoño me nubla el alma.
Pensaba que era una cuestión de edad. Que a medida que se presentaran las canas, también llegaría mi amor hacia esta estación. Pero no.
Soy una romántica de manual. Amo cada trazo pintado en la naturaleza; y los naranjas, los amarillos, los ocres, los marrones y los tostados nunca encontrarán competidor. Por no hablar de la maravilla de tonalidades que colorean los cielos cada vez que el sol nos da la bienvenida o se despide durante los días de noviembre. Pero ni así.
Yo, la reina de las listas, intento convencerme de que “qué bien que llegue el otoño”: no te picarán más los mosquitos, ponemos fin a las noches tórridas, adiós a sudar 24 horas al día, llega el momento de hartarte a higos hasta reventar y empieza otra vez la jarana después de la pausa estival.
Pero lo que se lleva en el corazón, la mente no lo puede combatir. Por más que sume cosas a mi lista, el resultado me sale a devolver. Porque el otoño da. Pero también quita. Y para mi la luz es vida.
Te prometo que me esfuerzo sobremanera. Me obligo a estar activa e intento no dejar un día sin plan. Pero a ratos me invade la melancolía. Como ayer.
A mis cuarenta y pico, ayer tuve un sentimiento nuevo para mi. Tanto, que no tengo claro si lo voy a saber explicar.
Lo más normal es echar de menos a alguien que no está. Sentir tristeza al saber que tu vida seguirá su curso, irás viviendo experiencias, y que esa persona no estará a tu lado para compartirlas. Pero echar de menos a pasado ya no es tan habitual…
Al escuchar una canción que me recordó muy buenos tiempos, me sentí triste porque alguien no estuvo allí para vivirlos conmigo. Cambié la línea temporal de la añoranza así, sin más. Esa es la nebulosa que crea en mí el otoño.
Me pareció un sentimiento muy extraño, aunque seguro que tiene un nombre.
Ponemos palabras a las cosas más curiosas.
Maktub es una palabra árabe que se puede traducir por “estaba escrito”. Significa que lo que está destinado a suceder, siempre encontrará una forma única y maravillosa para manifestarse.
Me pareció gracioso ver como una compañera de cerámica repetía una placa con esta palabra escrita porque se le había roto. ¿Acaso repetirla no era la peor forma de venerar su significado?
Kuuki es una palabra japonesa que significa “leer el aire”, aunque va más allá de la atmósfera del lugar. Implica también la capacidad de leer las sutilezas sociales para adaptarse y comprender mejor el entorno y las interacciones sociales.
La tristeza que sientes cuando amas a alguien y no eres correspondido se llama Lovelorn y es una palabra inglesa.
Si eres como yo, seguro que también sufres opacarofilia, una desmesurada pasión por los atardeceres.
O puede que te vaya más la lluvia. En este caso, lo tuyo es la pluviofilia. Y seguramente te encantará el petricor, ese aroma a tierra mojada que deja cuando para.
El instante exacto en que te explota el corazón al escuchar o bailar una canción se conoce como Tarab.
Los portugueses llaman cafuné a acariciar el cabello a alguien con el fin de mimarle, relajarle y contemplarle.
Resfeber es esa inquietud mezclada con emoción que se siente justo antes de emprender un viaje.
Y la más curiosa: Bakku-shan. Esta palabra japonesa significa que una persona es atractiva solo cuando la vemos por detrás. ¿De verdad era necesaria?