Reflexiones en el mar

Reflexiones en el mar

Una de las meditaciones que más me gusta es hacer el «muerto» en el agua. Me relaja, me conecta y me ancla en el ahora.
Al principio cuesta soltar el control: ¿Chocaré con las señoras de al lado? ¿Me comeré esa piedra? ¿Me habré movido mucho? ¿Me robarán el móvil y yo aquí tan tranquila? Pero poco a poco te vas relajando y ya todo eso da igual.
Cierras los ojos y notas como las olas te mecen suavemente mientras los rayos del sol acarician tu piel. Escuchas los ruidos de los niños jugando en la playa, pero a lo lejos, como si estuvieras metida dentro de una burbuja.

Si logras concentrarte todavía más puedes sentir los latidos del mar. El silencio de todas las vidas que se han quedado aquí metidas, los gritos rotos de todos los animales torturados para servir a nuestros placeres o víctimas de una muerte lenta enredados entre nuestra mierda. Y el ruido de toda esa basura moviéndose lentamente por superficie y profundidades. 

La dualidad. Este mar que hoy para mí es calma, es a la vez horror para muchos más. Este agua ahora cristalina está llena de miedo, de hambre, de muerte y de mierda.
Dicen que en el Universo está todo conectado, pero en este caso es real. Físico. El agua viene y va. La misma que me mece ahora ha visto horrores humanos, marinos, medioambientales.
Estoy tan tranquila aquí flotando y no entiendo como no nos escupe a todos.


Sé que esta es una mierda de reflexión veraniega. A nadie le gusta pensar que su paraíso es en realidad una mezcla de cementerio y vertedero. Pero lo es. Y hoy lo he sentido así. No nos gusta ver y deberíamos hacer más.

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