Vi que empezaba a ser preocupante cuando me di cuenta de que las últimas imágenes del carrete de mi iphone eran todo amaneceres y puestas de sol des del tren.
No sé si es gracias a la edad, pero cada vez valoro más el tiempo. Me refiero al tiempo de calidad, ese que guarda las alegrías, las pasiones, las sorpresas… Los que vienen con copas de vino o con subidas de telón. Y claro, ver que no había imágenes de ese tiempo en mi móvil podría ser porque: 1) disfruto tanto de mi tiempo de calidad que no malgasto segundos en inmortalizarlo -cosa poco probable aunque debería ser así- o 2) no me queda tiempo para ese «tiempo» -una de las peores cosas de la vida cuando gozas de salud-.
A veces no te das cuenta y te estás dejando llevar por la inercia de las semanas, como si fuéramos ratones, rodando y rodando… Los días se pierden entre trenes y tuppers, intentando robarle al Tiempo algunos minutos para poder llenar la nevera y poca cosa más.
Yo lo tengo muy marcado. Cada mañana, al salir del metro, me encuentro con el mismo señor, vestido con la misma americana, que nos saluda al son de «4 mecheros un euro, mechero largo de cocina un euro» con el mismo ritmo que la melódica voz de los niños de San Ildefonso. Es mi musiquilla taladrante del día de la marmota. Es quien, como una gota malaya, me recuerda que ya ha pasado un día más.
Una gran amiga un día cogió una hoja del calendario y la rompió. «Da igual el día que te mueras, ahora mismo te queda un día menos de vida y tu decides qué hacer con cada uno de ellos». Si, suena muy radical y tampoco hace falta alarmar a la gente de esa manera, pero sí que es verdad que podemos regalarnos momentos bonitos cada día y de esa manera lograr que cada uno de ellos valga la pena.
Yo me he prometido que entre «mecheros» y «mecheros» quiero pasar como mínimo un gran momento. Si no lo consigo, el día siguiente bajo en otra estación.
Y si no, siempre me queda una copa de vino blanco, tostaditas con foie y un mango, mientras miro alguna serie. Uno de mis placeres para cerrar el día.