
Conocí a un hombre, hace algún tiempo, que daba sacudidas. Así, sin más.
Era igual si existía confianza. Era igual si te conocía.
Decía que tenía una sensibilidad especial. Que percibía cosas. Que sabía lo que necesitabas escuchar para provocarte actuar.
Las sacudidas no eran físicas, obviamente. Aunque a mí consiguieron moverme de lugar. Concretamente, de todo aquel que estuviera demasiado cerca.
Ese atrevimiento en decir y opinar, más desde su supuesta sabiduría que teniendo en cuenta la predisposición del otro a escuchar, pudo con mi paciencia y con mi comodidad.
He metido varias veces un pie -y en ocasiones la pierna entera- en terapias atípicas. De las que ofrecen una mirada alternativa y algo espiritual. Y, en todas ellas, solo te es revelado aquello que tu alma está preparada para comprender en el momento presente. Una especie de “hasta aquí puedo leer”.
Porque los tiempos importan.
Siempre he sentido cierta curiosidad y mucho respeto -¿diría miedo?- por la ayahuasca. 48 horas de viaje catártico por las profundidades de tu ser. En la cita más interesante que he conseguido encontrar en Tinder me explicaron algunas experiencias y me dieron direcciones. Pero… ¿cómo puedes vivir tal viaje sin una buena compañía que te sostenga?
Y volvemos a los tiempos. Tengo un familiar que ha vivido varias veces viajes con ayahuasca y me cuenta que no llega a la superficie ninguna experiencia o situación que tu alma no esté preparada para afrontar.
Y yo me pregunto: ¿y el cuerpo? Que nuestro estado de conciencia sea capaz de revivir -para sanar- un trauma no significa que nos apetezca conocerlo.
En la misma época del hombre de las sacudidas, descubrí que una conocida actuaba de forma parecida. Aunque más suave en sus movimientos, ella daba pequeños pinchazos que podían doler igual. Cuando le pregunté porqué lo hacía me comentó que le gustaba plantar semillas en las personas.
Pero, ¿quién las va a regar?
Es gracioso que hable de plantas. En mis manos sobreviven la mitad. O las dejo secas o termino ahogándolas. Pero sé que las semillas se deben regar y a las personas, cuidar. Y también necesitan tiempo y espacio.
Tiempo para enraizar. Porque las cosas que van de 0 a 100 nunca llegan a sustentarse.
Espacio para crecer. Porque si no te puedes mover, difícilmente encontrarás tu lugar.
¿Y qué necesita el jardinero? Confiar y soltar.
Dicen que el agua nunca hierve si la estás observando.