¿Vivimos dormidos?

Lo primero que he visto al despertarme hoy ha sido un precioso amanecer desde el mar. En Instagram. Quiero irme a vivir a un pueblo de mar.

La segunda imagen que me ha aparecido ha sido la de tres vacas muertas dentro de un vallado. También es la primera imagen que se han encontrado unos activistas estadounidenses mientras realizaban una acción en una granja de la indústria láctea. Yo me he ahorrado el hedor y seguramente he percibido un impacto visual mucho menor. Pero la emoción, aunque un poco diluida, está.

Hace muchos años que sigo el trabajo de Marianne Williamson, sus libros y sus conferencias. Recuerdo especialmente una de ellas por criticar que en general la sociedad suele esconderse detrás de la sensibilidad. Decía que tendemos a no querer mirar las cosas que nos duelen alegando demasiada empatía cuando en realidad es sentir ese dolor lo que nos va a llevar a la acción.

Los medios de comunicación nos avisan y difuminan el contenido que puede herir nuestra sensibilidad cuando lo que de verdad nos tendría que afectar es la existencia de estos actos y no sus imágenes.

Hace unos días encontré la Ted Talk de Greta Thunberg, estudiante y activista sueca, impulsora del mayor movimiento mundial estudiantil en pro del cambio climático con sus “Fridays for future”. En ella cuenta que a los ocho años, al no entender por qué sabiendo que estamos destruyendo el mundo no hacemos nada para cambiarlo, entró en shock. Como consecuencia, a los 11 años enfermó y le diagnosticaron, entre otros transtornos, asperger. Ella explica que cree que muchas veces los “normales” son los autistas, porque solo ven blanco o negro. Y si algo está mal, se debe cambiar.
Y la verdad es que la palabra “normal” es muy subjetiva, pero la palabra “coherente”, no. Y sí, eso es mucho más coherente que lo que hacemos muchos de nosotros.

Durante esta última semana he visto el documental de Madeleine McCann, en Netflix. Una desaparición que impactó a medio mundo.
En él algunos medios de comunicación cuentan que el público no está preparado para soportar más de un caso de pedofilia a la semana y no lo publican. Por eso mismo no se sabe que en Praia da Luz, dónde desapareció Madeleine, había al menos en ese momento varios depredadores sexuales y decenas de casos parecidos al de la pequeña. No nos cuentan que niños desaparecen cada día porque la sociedad no lo podría soportar. Algunos de estos pequeños han aparecido vivos después de 4, 12, incluso 18 años. Lo que nosotros no queremos ver o saber hay seres más vulnerables que lo están viviendo. Cada día.
Nosotros vivimos dormidos mientras ellos viven pesadillas.

Terminé la semana pasada con la imagen de 11 cerditos, delgados, azules y muertos rodeados por claveles. Otra acción animalista. Esta vez aquí, a escasa media hora de mi casa.
Las marcas hacen anuncios cantando a vacas o cerdos pero luego los crían en condiciones de insalubridad. “No quiero ver estas imágenes para poder continuar consumiendo en paz” es una actitud inmadura. Debemos ser responsables de nuestros actos. Miro las imágenes, sé lo que pasa y decido continuar consumiendo porque me gusta mucho es mucho más coherente.
Esta vez eran cerditos, pero pueden ser personas sin vida flotando en el mar, niños y niñas trabajando para hacer unos pantalones de 19,90€, cobrando 1€ al mes, prostitución infantil…
No podemos escondernos detrás de un voluntario desconocimiento. No lo sabía no puede servirnos de excusa de por vida.

Abro la televisión y solo escucho nuevos casos de violaciones grupales, más escándalos de antiguos abusos a menores, violencia de género, ballenas muertas con 40 kg de plástico en su interior, agresiones violentas a MENAs dentro de su residencia… Y escucho todo esto de fondo, mientras estoy tranquilamente en mi cocina preparando la cena.

Puede que nos estemos centrando mucho en fortalecer nuestro amor propio, la autoestima y el autocuidado (que a la par es totalmente necesario). Pero se nos está olvidando amar lo que nos rodea en todas sus formas.

Hemos integrado tan rápidamente que esto es lo habitual que necesitamos imágenes que nos hieran la sensibilidad para actuar. Es después de un infarto que empezamos a cuidar de nuestra salud.

Necesitamos ver imágenes que nos destrocen el corazón para empezar a cuidar también nuestro entorno.

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