VULNERABILIDAD

Crecimiento personal

Me cuesta mucho decir que estoy mal.

Y cuando lo estoy se me nota, lo sé. Actuar nunca ha sido mi fuerte y por suerte no me ha dado ni por ser actriz ni por jugar al Poker. Pero no me siento cómoda explicándolo y en general tampoco le doy mucha importancia. A veces es solo un mal día, una cuestión de hormonas, cambio de estación, fatiga, la mala interpretación de unas palabras o una situación, la buena interpretación de unas palabras o una situación que va tocando asumir de una vez… Pero soy bastante reservada en este aspecto y, antes de sacarlo fuera, intento analizarlo y gestionarlo yo.
Me cansa la gente que siempre está quejándose por todo, es como si se convirtiese en un vicio y puede que me dé miedo entrar en esa dinámica.

En la época de los selfies con morritos, las fiestas a cualquier hora, los «si quieres, puedes» y las tazas de Mr Wonderful que algunos tiraríamos por la ventana de una vez (y preparaos que el #piestureo ya asoma la cabeza), parece que estar mal sea una elección. Una mala elección.
Si somos de los que creemos que entre una acción y una reacción siempre está un pensamiento, y por lo tanto, dependiendo de este pensamiento, la reacción será una u otra, seguramente si que estar mal sea una elección. Pero controlar los pensamientos requiere mucha práctica y no es tan fácil.
En resumen, parece que estar mal sea un pecado que no queremos confesar.

De un tiempo para aquí me he ido encontrando con situaciones de gente que dice estar mal o haber estado mal. Pero no gente así, en genérico. Hablo de personas con las que he compartido espacio físico en como mínimo un par de ocasiones. Leí un libro bastante autobiográfico de una de ellas que no solo explicaba sus desgracias sino que confesaba sus debilidades. Otra, que es influencer,  hace poco contaba en su blog que «lo tenía todo e igualmente cuando me levantaba por la mañana solo deseaba que fuera otra vez hora de irme a dormir». Una persona muy cercana a mi me confesaba que últimamente estaba triste, lloraba y no se gustaba.
Y en cada una de esas situaciones me hubiera fundido en un abrazo larguísimo con ellas, porque confesar su vulnerabilidad las hacía valientes a la vez que desprendían ternura.

Me gusta pensar que tengo memoria selectiva (para justificarme) pero creo que no tengo memoria en absoluto, y ahora puedo llegar a decir una barbaridad, pero hay una frase de esas típicas de foto chula y muchos likes que dice algo así como «detrás de la sonrisa más sincera está alguien que ha sufrido….» o «no sabes el dolor que esconde una sonrisa…» o «…» mejor lo dejamos porque no voy a dar con ella, pero viene a decir algo así como que el valiente es aquel que está sufriendo pero tira para delante con una sonrisa.

Y puede que también, porque no… Pero creo que aceptar tu vulnerabilidad, abrirte al mundo y confesarla no solo te hace valiente, te humaniza. Y los demás empatizamos porque seguramente esta persona está poniendo luz a nuestras sombras. Y de todo esto solo puede salir amor.

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